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El poder de la incertidumbre


Se pensaría que uno de los momentos más difíciles de mi vida ha sido cuando, en medio del dolor físico por una fuerte fractura, me dijeron que tenía un tumor en la rodilla. Pero no, en realidad aún más difícil que eso fue todo el tiempo que pasó entre que se descubrió el tumor, y que se supo con certeza qué tipo de tumor era y qué se podía hacer al respecto.


Dice el diccionario que la incertidumbre es la falta de conocimiento claro y seguro de algo. Me parece una definición extremadamente limitada porque no dice absolutamente nada sobre todo lo que se experimenta mientras se vive dicha incertidumbre. Ya sea en una relación de pareja, en el trabajo, en un tema de salud o hasta en un problema escolar, la incertidumbre es capaz de descolocar hasta al más estable, sano y sensato. En mi caso avanzó justo como un tumor, pequeño primero, y luego adueñándose de todo… una ligera ansiedad, que con el tiempo se fue convirtiendo en insomnio, falta de apetito, pérdida de concentración y hasta ataques de pánico. La incertidumbre nos puede angustiar y trastornar con los escenarios más espantosos que, afortunadamente, muy pocas veces llegan a hacerse realidad.


No suena nada agradable, ¿no? Y sin embargo, nos presenta una oportunidad de oro. En mi caso, la falta de un diagnóstico claro me llevaba a colocarme en escenarios en que podría sufrir muchísimo por una enfermedad grave e, incluso, morir a causa de ella. Por supuesto que eso me llevó a un extremo mental y emocional que no había experimentado de esa manera. Influyeron mis experiencias con personas queridas y mi propio miedo a la muerte. Fue una situación extrema que me obligó a soltar y entregarme a la vida en su concepto más amplio. Nunca he necesitado más valor que en esos momentos, para poder decir: “esto ya no está en mis manos”. Porque no, nada estaba en mis manos. La incertidumbre nos da, como ninguna otra cosa, la oportunidad de entender que hay cosas que sucederán, no importa lo que nosotros pensemos, hagamos o tratemos y que lo mejor que podemos hacer en esos momentos es buscar nuestra paz mental y emocional, que será lo único que nos mantenga a flote para lo que venga. La incertidumbre también nos da la oportunidad de mantenernos en el presente, a cada instante. En mi caso, el dolor físico también me mantuvo ahí, escuchando lo que mi cuerpo expresaba en cada momento. El no tener certeza de qué seguiría en mi salud me dio también la capacidad de saborear cada instante, desde la presencia de mi pareja, la comida en el hospital, los cuidados de mi hermano o simplemente la lluvia por la ventana.


¡Cuán rica se vuelve la vida cuando uno se da cuenta de que hay que vivirla!


En mi caso, afortunadamente, el diagnóstico fue mucho más benévolo de lo que mi ansiedad me decía, y con un camino de recuperación que, aunque largo y con sus bemoles, me da una perspectiva muy positiva de que estaré bien y recuperada por completo en algún tiempo. Y entonces el regalo se vuelve doble, porque el modo de ver la vida que he aprendido no puede cambiar; no hay retorno una vez que la incertidumbre nos ha llevado al límite y nos obliga a ver lo que simplemente nos negábamos a ver: el privilegio de soltar, de fluir, de vivir lo que hay que vivir y disfrutarlo.


La próxima vez que les invada la incertidumbre, no se asusten ni se enfaden; piensen y sientan qué está tratando de enseñarles. Estoy segura de que será un regalo de oro, tal como el que se me dio a mí.


Ruth Cabrera

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